¡No Puedes! 2

Segundo Imperativo: Olvida


“-Este es un regalo para ti, demonio de bajo nivel…-“

Se despertaba ahogada como la mayoría de sus madrugadas, tenía la extraña sensación de que alguien le había apretado el cuello y susurrado al oído unas palabras que no recordaba. Se removió en su blanda cama con cuidado de no toparse el hombro izquierdo, lo cual era tonto pues no había razón para ello, no se lo había lastimado de ninguna forma, pero al despertar de esa pesadilla siempre hacía lo mismo, salvo que antes lloraba un montón al despertarse como si en verdad le doliese el hombro. De seguro era porque sólo era una niña pequeña.


No tenía para que preguntarse la hora pues ya la sabía, exactamente las 06:46 am, la misma hora de siempre desde que se dio cuenta a sus doce años cuando sus padres le regalaron un reloj de pared que brillaba en la oscuridad y como a veces se sobresaltaba tanto al despertar que terminaba sentada mirando el reloj que colgaba en la pared de enfrente. Cabe agregar que es la hora exacta de su nacimiento, lo cual le molesta porque la pesadilla, según ella, no debería tener ese tipo de conexión con un acontecimiento tan adorable como su nacimiento.

Giró entre las sabanas sin poder conciliar el sueño de nuevo, pero la pesadilla no era lo único, ni lo más importante, que la tenía sin poder volverse a dormir, pues ya le había costado quedarse dormida antes porque había un motivo más importante: comenzaría a trabajar en una tienda de antigüedades, pero no era cualquier tienda de antigüedades, sino que, era una que ella consideraba adorable… tanto el lugar como los objetos que allí se vendían, claro está que no todos le agradaban pero eran los mínimos.

Trabajar allí había se había convertido en su sueño desde la primera vez que entró en aquella tienda, pues en ese momento sintió una atracción demasiado fuerte hacia ese lugar, tanto que era extraña pero no le molestaba porque ahí su amor por las cosas adorables creció hasta ser lo único que realmente apreciaba además de su familia. Claro está que antes había demostrado interés por las cosas que ella consideraba adorables mostrando marcadamente sus gustos, pero no había sido tanto como aquella vez.

Desde que era pequeña las cosas con adornos lindos, lazos, moños, rosas; también los animales de felpa algunos relojes cucú tallados a mano, le habían atraído su atención como ninguna otra cosa, razón por la cual sus padres la vestían de manera que a ella le gustase con bellos vestidos un poco a la antigua pero que ella se sentía cómoda. Siempre se había sentido cómoda con aquellas cosas adorables hasta que dejaban de ser “adorables” para ella, la tienda era un caso especial siempre sentía que era su mundo allí sin importar el tiempo que pasase en aquel lugar, se sentía totalmente llena. Por eso trabajar ahí la hacía feliz.

Finalmente el agotamiento por pensar en todo el tiempo que pasaría en aquel lugar, la agotó y le hizo dormir un poco más olvidándose de la pesadilla por completo, así descansando el tiempo que le quedaba antes de ir a trabajar.

Abrió sus ojos lentamente muy tranquila pensando que había despertado antes que la alarma que le indicaría que estaba pronta a irse pero al comprobar el reloj… no era así, tenía media hora para hacer todo cosa que le hizo arrugar la nariz al momento que salía de la cama, se vistió y mientras bebía un poco de leche para desayunar le pidió a su padre que la llevase en auto al trabajo porque no quería llegar tarde, él la miró y simplemente asintió a lo cual su madre le dio un pan con cecinas para que comiese algo más en el camino, aunque ella sabía que no sentiría nada de hambre una vez que llegase allí pero de todas formas comería el pan.

-No dejes el apellido Thantgate mal puesto.- Había dicho su padre cuando ella salía del automóvil,  ella sabía bien eso, no podía hacer que hablasen mal de su familia que era bastante peculiar porque todos eran bien distintos a las demás personas por eso debía hacer que su apellido quedara por cosas buenas en la mente colectiva.

Asintió a las palabras de su padre y se despidió con un gesto de mano antes de entrar a la tienda haciendo sonar la campanilla que tanto adoraba por su sonido, se sintió satisfecha era como si estar allí la llenase completamente de energías y entonces se topó con la mirada del dueño,  Eberhard Brandt, y su hija Antje que la esperaban como si el tiempo allí siempre estuviese detenido y ellos fueran una escultura bien hecha.

-Buen día.- Saludó a ambos aunque su mirada trataba de no mirar al señor Brandt y mirar a Antje con una mirada un tanto cómplice. -¿Cuál será mi primera tarea?- A pesar de que no le gustaba que le diesen ordenes, sabía que para poder estar allí tendría que acatar lo que su ahora jefe le pediría que hiciese.

Antje se movió rápidamente hasta quedar a su lado y la tomo de un brazo para llevársela a la bodega, donde había un sinfín más de antigüedades y cosas adorables, lo malo era que todo estaba en desorden y muy sucio, lo cual no le gustó para nada porque las cosas que le gustaban no deberían estar de esa forma. Su rostro mostraba su desagrado y la otra chica se reía un poco.

-Mi padre hace años quería ordenar la bodega, supongo que ahora que somos dos lo lograremos.- La cara de Kimerlain se desfiguró un poco, ella no quería hacer eso pero debía era su trabajo. Esto no era lo que había imaginado cuando quiso trabajar aquí.

Miró su ropa, al menos había optado por unos jeans con bordados de mariposas moradas y una blusa celeste con volantes que la hacían sentir cómoda y adorable, ropas bastante simples para las que usaba normalmente pero que servirían para hacer lo que le pedían, aunque en verdad no quería hacerlo y prefería darle ordenes a Antje para que ella hiciese las cosas. Sonrió un poco pues esa idea era extraña porque a la otra le tenía mucha estima, era su única amiga y era dos años mayor que ella.

Con la chica se fueron al final de la bodega armadas con muchos utensilios de limpieza para los distintos tipos de antigüedades que allí se encontrarían, Antje se ocuparía de barrer mientras que Kimerlain bajaría las cosas de los estantes más altos. La cara de desprecio que tenía hacía reír un poco a la hija del dueño, pues sabía como era la chica y también que debía de aprender a tolerar este tipo de cosas que sus “liberales” padres jamás le habían hecho hacer.

Ambas chicas no eran de muchas palabras por lo que se limitaban a hacer lo que tenían que hacer intercambiando sólo las palabras justas en caso de alguna duda o un aviso. Trabajaban bien en aquel reinante silencio, tan bien que no se dieron cuenta que horas eran hasta que el señor Brandt apareció en la puerta de la bodega. Las dejó terminar y subir las cosas a la estantería para luego hacerlas salir de aquel lugar porque cerraría la tienda por este día.

Kimerlain había quedado realmente cansada por todo el trabajo hecho, que era mucho más de lo que había hecho en toda su vida, y a la vez satisfecha, a pesar de lo sucia que estaba. Su roja melena parecía ser de un raro café con todo aquel polvo sobre ella y su ropa… era algo que prefería no mirar porque ya no era adorable. Su amiga la invitó a darse un baño en el segundo piso de la tienda que era donde vivían ella y su padre, a lo cual no se negó pero se preguntó que ropas se pondría después y Antje ya estaba preparada para ello y le ofreció un hermoso vestido rosa pálido con lazos, totalmente adorable y aceptable. Al irse se despidió de ambos con las manos mientras bajaba la escalera contenta de que le hayan prestado aquel vestido y con la advertencia de  llevar ropa de cambio para mañana, porque no habían limpiado ni un tercio de la bodega.

No podía dar otro paso pues una sensación aplastante la encontró, su mente sentía miedo y quería huir, ella no entendía el porqué de aquella reacción. Entonces se sintió observada por unos ojos que, extrañamente, debía reconocer de quien provenían más en este momento no lo sabía. Las ganas de escapar y alejarse se hicieron más y más grandes pero no podía huir, sólo podía buscar con la mirada quien era el que le daba aquella fea sensación, le vio, justo cuando su cuerpo logró dar el siguiente paso, un chico de rubios cabellos, que llevaba una sonrisa burlona en sus labios y había cerrado sus ojos pero se notaba que todo su cuerpo estaba girado en la dirección de ella apoyado en una pared en la vereda de enfrente. No podía quitar la vista de él, realmente tenía miedo.

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2 comentarios:

Mai dijo...

Pucha, otro día lo leo, pero tengo que decir que amé el dibujo *-* en especial el vestido y las cuerdas, en realidad todo =D

anama dijo...

Muy adorable, dan ganas de tener la ropa que describes jijiji, ansiosa de leer mucho mas de ella. ^_^

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